La historia de Roberto Carlos, el icónico cantante brasileño conocido como “El Rey de la Música Latina”, es un relato de triunfo y tragedia que ha marcado su vida. A pesar de su éxito rotundo, con más de 150 millones de discos vendidos, su trayectoria está marcada por profundas pérdidas personales, entre las que se encuentran sus tres matrimonios y la muerte de sus esposas.
Desde sus inicios, la vida de Roberto estuvo marcada por la adversidad. A la edad de seis años, un accidente trágico le costó parte de su pierna derecha, un suceso que influyó en su música y en su vida. A pesar del dolor, su resiliencia brilló, y su historia de superación se refleja en temas como “O Divã” y “Traumas”. A lo largo de su carrera, Roberto Carlos ha canalizado sus experiencias en su arte, convirtiéndose en un símbolo de amor y esperanza.
Su primer matrimonio con Cleonice, celebrado en 1968, fue un reflejo de amor y desafío. Juntos enfrentaron dificultades, incluyendo problemas de salud en su familia. Sin embargo, tras 12 años de unión, la pareja se separó, y la tragedia continuó cuando Cleonice falleció diez años después a causa del cáncer. Este dolor se sumó a la pérdida de María Lucila, con quien tuvo un hijo, Rafael. Ella también sucumbió a la enfermedad, dejando a Roberto lidiando con el duelo.
El amor volvió a tocar la vida de Roberto con María Rita, pero la felicidad fue efímera. En 1999, ella falleció tras una lucha contra el cáncer, lo que dejó al cantante devastado. A pesar de estas pérdidas, su fe y su música le brindaron consuelo. Su hijo Dudu, quien también enfrentó problemas de salud, falleció en 2021, sumando otro golpe a su ya trágica historia.
A lo largo de su vida, Roberto Carlos ha demostrado una extraordinaria capacidad de resiliencia, utilizando su dolor como combustible para su arte. Hoy, a sus 83 años, sigue siendo una figura emblemática en la música, recordado no solo por sus melodías románticas, sino también por su inquebrantable espíritu ante la adversidad. La vida de Roberto Carlos es un testimonio de cómo la música y la fe pueden ayudar a sanar incluso las heridas más profundas.