El 20 de abril de 1966, un día soleado, la muerte de Javier Solís dejó a México sumido en el asombro y la tristeza. A sus 34 años, el célebre cantante, conocido como “el Rey del Bolero”, falleció repentinamente en el Hospital Santa Elena, tras una operación de vesícula biliar. Lo que comenzó como una recuperación prometedora se tornó en un misterio inquietante, con versiones contradictorias sobre las causas de su muerte.
Nacido como Gabriel Siria Levario el 4 de septiembre de 1931 en Ciudad de México, Solís ascendió de sus humildes orígenes a convertirse en un ícono musical, grabando cientos de canciones en menos de una década. Sin embargo, su carrera fue truncada de manera trágica. La causa oficial de su muerte fue una colecistitis, pero esta explicación generó escepticismo, especialmente cuando se descubrió que el cirujano que realizó la operación no contaba con la especialización adecuada.
Los rumores se intensificaron cuando se mencionó que Solís había desobedecido las indicaciones médicas al consumir líquidos poco después de la cirugía. Una enfermera, según informes, había cometido un error que pudo haber contribuido a un desequilibrio electrolítico, lo que a su vez afectó su corazón. Este descuido, junto con complicaciones previas de salud, selló su trágico destino.
La noticia de su deceso se propagó rápidamente, desatando el luto en todo el país. Su funeral, asistido por miles de admiradores, fue un reflejo del impacto que tuvo en la música mexicana. En medio de la conmoción, emergieron teorías sobre un posible romance oculto con Irma Serrano, “La Tigresa”, y las amenazas de un político posesivo, lo que algunos sugirieron podría haber desencadenado una serie de eventos trágicos.
A pesar de las controversias y el misterio que rodea su muerte, la música de Javier Solís sigue viva en el corazón de sus followers, convirtiéndose en un legado duradero. Su historia es un recordatorio de la fragilidad de la vida y el poder de la música para unir a las personas, incluso en los momentos más oscuros.